10 tips para ser un espectador activo

Hacer comentarios imbéciles, hablar a los gritos, mandar mensajes de texto, atender el teléfono, contarle la película al de al lado y dejar que los chicos molesten a todo el mundo, son el must del espectador que, no importa dónde se encuentre, siempre se siente dueño de casa. A esto deben sumarse las teorías sobre la conveniencia de que el espectador sea participativo, es decir, que el espectador no sea espectador, sino actor. Por eso, hoy a los espectáculos no se va a ver y a escuchar, sino a ser visto y a ser escuchado. Y casi nadie se conforma con diez minutos de fama. Todos aspiran, por lo menos, a una hora y media o, incluso, dos. En esta nota, diez tips infalibles para demostrar que la verdadera estrella es usted.



1- Esboce la biografía equivocada de cada actor que sube a escena

“Uy, mirá, Luciana Salazar, no se parece nada a como sale en la tele”, diga señalando a Elena Tasisto a punto de decir un texto de Ibsen. Y sin esperar la respuesta agregue: “Che, pero Matías Alé, sale mucho más rubio” señalando a Alfredo Alcón. No tema quedar como un desubicado porque la desubicación es una forma de la audacia y ya se sabe que el mundo es de los audaces. No importa que todas las miradas se dirijan a usted con aire de reproche. Lo importante es ser un espectador participativo. De modo que siga participando.



2- Ríase a destiempo en la parte trágica

No importa lo que suceda en la pantalla, usted permanezca atento sólo a su película interior. Si entró dispuesto a ver “una de risa” y se metió en la sala equivocada, que a la protagonista la lleven a la cámara de gas, él se tire contra los alambres electrificados del campo de concentración y el niño se quede huérfano a los cuatro años no debe ser un obstáculo para que usted se ría con la misma risa estentórea que si estuviera viendo “Rambito y Rambón” por el canal Volver. Recuerde que alguien quemó la biblioteca de Alejandría sólo para pasar a la Historia. Por eso, no importa que le chisten y que a la salida la gente lo señale y se codee diciendo “ese es el tarado que se reía”. Si logró hacerse reconocer sólo por una carcajada, qué es lo que usted no lograría en Hollywood.



3- Compórtese como Homero Simpson

Mientras ante sus ojos se desarrolla un drama, usted coma, beba, mastique con la boca abierta, coméntele las bondades o desaciertos del menú a su acompañante, aflójese el cinturón, quítese los zapatos y, una vez con el estómago lleno, duérmase una siestita dejando que sus ronquidos se integren a la banda sonora de la película. Cuando se despierte, salga airoso dejando tras su paso una montaña de papeles engrasados, gaseosas volcadas y restos de pochoclo, producto al que usted debe llamar pretenciosamente por su nombre en inglés, “Pop Corn”, haciendo gala de su condición de políglota, es decir de persona que lo ignora todo en varias lenguas.



4- Retransmita la película a través del celular

No sólo no debe apagar el celular, sino que debe mandarles mensajes de texto a todos sus amigos y atender llamados en medio de la función. Hoy, por suerte, no sólo es posible contarle la película al de al lado describiéndole pormenorizadamente cada acción como si el otro fuera ciego, sordo, tonto o las tres cosas a la vez, sino también contársela a un amigo que está en otro cine pero que por nada del mundo quiere perderse la que usted está viendo. La tecnología ha multiplicado las posibilidades de participación y ha generado, en consecuencia, nuevas formas de ser un espectador insufrible. No las desaproveche.



5- Sea un padre comprensivo, deje que sus niños molesten

Un espectador participativo debe predicar con el ejemplo. Por eso conviene enseñarles a sus hijos que deben ser insufribles desde pequeños llevándolos a espectáculos que usted suponga que son para niños aunque no tenga la menor idea de qué se trata. Mientras sus chicos corren, gritan, se suben al escenario, se paran en el asiento, les machucan las rodillas a toda la fila y hacen todo tipo de desmanes mostrando una prematura vocación de inadaptados sociales, usted, con cara de feliz cumpleaños y con esa voz estentórea de burro encadenado que Dios le ha dado, debe mostrar la calidad de su fibra paterna y sus profundos conocimientos de psicología infantil interrumpiendo a cada instante con frases del tipo “Mirá, mirá, Santi, el payasito”. “Santi, papá te va a mandar al rincón a reflexionar: no se le orina al amiguito el vaso de Coca Cola”. “Basta, Santi, no se le roba el bastón a la abuelita”. “Basta, Santi, cortala, que te voy a reventar”.




6- Entre en trance místico en todos los recitales

Cierre los ojos, muévase como un poseso y coree a voz en cuello los temas de su artista favorito, ese por el que la gente hizo cola bajo la lluvia y rompió el chanchito para pagar la entrada. Haga caso omiso de las personas que están a su alrededor y compórtese con el mismo desparpajo que tendría si se estuviera duchando en el baño de su casa. No cualquiera canta a dúo en vivo con Sabina, con Serrat o con Mick Jagger invadiendo las orejas de los espectadores adyacentes como un arrasador Atila del pentagrama. Y no abandone su carrera al estrellato aunque alguien ose decirle que no pagó la entrada para escucharlo a usted. Es imposible ser el rey de los Hunos sin hacerles sangrar los tímpanos a los otros.



7- Tome un punto de apoyo y mueva el mundo

Una vez que haya apoyado su trasero en la butaca, hágale honor a Arquímedes de Siracusa, déle rienda suelta a su ansiedad y, si no logra mover el mundo moviendo frenéticamente una pierna, al menos logrará que toda la fila de butacas se sacuda como si hubiera adquirido un Parkinson repentino. Matice el temblor con movimientos bruscos, codazos, desplazamientos pelvianos y posiciones extrañas que hagan que, para sus vecinos, la función se transforme en un suplicio. Una actitud ideal para acompañar la proyección de “La tierra tiembla”, “Armagedón”, “La aventura del Poseidón” y “Terremoto”.



8- Haga palmas y baile pero siempre fuera de ritmo

Un espectador participativo debe estar en movimiento todo el tiempo. Por eso, haga caso omiso de que en los grupos escolares no lo convocaban ni para tocar el triángulo y de que su torpeza de movimientos sólo le permitiría integrar el ballet estable del Servicio de Ortopedia y Traumatología del Hospital Italiano. Demuestre su carisma bailando, cantando y batiendo palmas al lado del escenario y arengando a que lo sigan, aunque los músicos se pierdan anonadados por su salvajismo musical. Y no arrugue ante nada. Desestime, por ejemplo, el carácter fúnebre del Adagio de Albinoni e imprímale su ritmo desenfrenado mezcla de programa de Tinelli y Festival de Cosquín.



9- Pida siempre las canciones viejas

“Flaco, flaco, ‘Muchacha ojos de papel’, flaco”, pídale a Luis Alberto Spinetta como si no hubiera escrito otra canción desde 1969. “Jaime, tocá ‘Colombina’”, exíjale a Jaime Roos aunque haya venido a la Argentina a presentar su último disco. Pero no se conforme con que su pedido sea una sugerencia. Un espectador participativo debe destacarse poniéndose pesado, reiterando su pedido una y otra vez, hasta que el aludido se vea obligado a contestarle desde el escenario, lo que lo hará sentir que usted es alguien tan especial, que los artistas entablan con usted un diálogo exclusivo. Entonces, cuando su condición de persona “especial” haya sido reconocida, usted habrá logrado su objetivo. No importa qué signifique ser “especial”, lo importante es serlo a toda costa, aunque el artista increpado piense que usted es especialmente pesado, especialmente idiota y que su coeficiente intelectual es equivalente al de un especial de jamón y queso.



10- Anticipe en voz alta las escenas de la película

“Uy, ahora lo mata”. “Te apuesto lo que quieras que se queda con la chica”. Nada delata más a un espectador participativo que este ejercicio de futurología cinematográfica que el resto de los espectadores debe soportar estoicamente aunque tenga ganas de que el futurólogo salga eyectado de su butaca como el hombre bala, sufra un ataque de mudez repentina o resulte víctima de la furia de los espectadores silenciosos, esa especie en extinción. Sin embargo, es altamente improbable que los espectadores silenciosos se subleven, porque su superyó es tan fuerte que los obliga a sofocar todo impulso de asesinato. Tienen grabado a fuego que nunca el film justifica los medios.


Por Mónica López Ocón *

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